por Gustavo Iñiguez
Una de las pinturas más emblemáticas del arte rupestre [del mesolítico] es una escena de caza en el barranco de la Valltorta donde se pueden apreciar los trazos, bien perfilados, de cuatro cazadores armados con arcos y flechas que dan caza a un venado, siete ciervos y dos cervatos. A pesar de la falta de profundidad, fondo y espacio, sobresale la movilidad de los elementos, lo que permite que uno se involucre con la secuencia narrativa de la imagen y presencie, asombrosamente, una escena de casa de la transición del paleolítico superior al mesolítico. Ahí está retratado el asedio por parte de los cazadores, pero también los animales asediados y resalta, a diferencia de los híbridos en las pinturas de periodos anteriores [como las de la cueva de Lascaux], una perfecta diferenciación entre hombre y animal, a pesar de la desproporción de las figuras humanas. Queda claro que se tiene mejor conocimiento de la fisionomía animal que de la propia.
En Visión de la ira, algo hay de rupestre en las imágenes: la monocromía del bermellón en estas pinturas encuentra su paralelo en el negro que predomina en el discurso de Mónica Licea. Desde el epígrafe de Ted Hughes, muy bien dispuesto, se le ofrece al lector la primera pauta y se le revela, esencialmente el rumbo que tomará esta escritura. «Escribir es igual que cazar/ y el poema no deja de ser un animal,/ una forma de vida ajena a nosotros». Aquí se sabe que alguien tuvo que ir, dar alcance a las palabras y a las cosas que designan, para fijarlas en la página con la violencia que esto implica. Y se tendió, inconscientemente, un paralelismo con el principio mesolítico. La plaquette puede entenderse como los abrigos en donde fueron plasmadas estas pinturas y uno contempla, más que la profundidad, el fondo o el espacio, el movimiento que hay en esto que la autora registra como imagen de su cacería dentro del lenguaje:
Alguien señala el cadáver se un animal. –Volverá a crecer les digo mientras tomo el cuerpo y lo entierro.
A diferencia de lo que propone Hughes en el epígrafe, los poemas de Visión de la ira no son animales, son el recuerdo de una persecución, dan cuenta de la batalla que se libró y ahí están las escenas, su narrativa va perfilando las obsesiones de la autora y su desarrollo. Lo animal en este trabajo son las ideas que las palabras representan en el momento exacto de la persecución. Aquí se representa su justa separación y así como la pintura evidencia la clara diferencia de lo animal y lo humano [en otro momento confundidos], en estas escenas, hay algo que se quiere mostrar: por un lado, quien emprende el asedio se presenta frente a sus presas y deja las imágenes para conformar estos poemas.
Lo orgánico de la escena en el Abrigo de los Caballos está en su conformación: los materiales utilizados fueron pigmentos de origen animal y vegetal, con algunos elementos minerales. En el trabajo de Licea, también se percibe lo orgánico de su escritura, los recursos personales que recupera para trabajar los textos. No hay un tono confesional, aunque el origen de sus motivos, sea el de la vida interior. También, del primer poema al último, se puede percibir un aspecto evolutivo que nos genera una expectativa sobre el trabajo por venir de la autora. Empieza con el dolor, un motivo que no abandona, y lo va llevando por distintos escenarios en donde los animales y algunos elementos religiosos, van conformando una atmósfera lúgubre de tono algo contenido y que tiene su salida, casi luminosa por la claridad del lenguaje, en el texto de la visión de la ira, donde las palabras están puestas con mucho mayor contundencia. En esta plaquette hay, sobre todo, impulsos bullentes que exponen la pasión de la autora y su entrega por este arduo ámbito.
Este texto fue leído por Gustavo Iñiguez el 25 de enero de 2018 en la presentación de Visión de la ira [Sombrario Ediciones 2017] de Mónica Licea, en Radar Records.
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